INSTITUCIÓN MATRIMONIAL

La institución matrimonial, que es una de las más trascendentes en la Historia de la Humanidad, conlleva desde siempre la conjunción de una serie de ceremonias y liturgias que resaltan una especial simbología. La ceremonia nupcial consiste, en esencia, en resaltar la unión de la pareja de manera pública y solemne. Si bien no existen antecedentes fehacientes de épocas muy antiguas, con los griegos, esta ceremonia estaba constituida por una compleja sucesión de actos:

El padre de la novia en su hogar ofrecía un sacrificio a los dioses, entregando sacralmente su hija al futuro marido, pues de otra manera sería impensable que la mujer cambiara de morada sin que el padre la desligara de la propia.

Más tarde la joven era trasladada a su nueva casa en un carruaje, vestida de blanco y con el rostro cubierto por un velo, llevando una corona en la cabeza. Durante el trayecto, precedido por una “antorcha nupcial”, se cantaba el himeneo.

Llegada la novia al portal de la casa conyugal, era alzada en brazos por el novio, y profiriendo algunos gritos en señal de “rapto”, cruzaban el umbral de la casa. Después de ofrecer la esposa a la divinidad del hogar, como era la costumbre, rociarla con el agua lustral y tocar el fuego sagrado, los “recién casados” compartían una torta, un pan, algunas frutas y vino.

Fueron los romanos quienes evaluaron los distintos aspectos del matrimonio, convirtiéndolo en un contrato en el que se plasmaban cuidadosamente los aspectos jurídicos en los que, a diferencia de los griegos, establecían el matrimonio “cum manu”, en el que se confería al marido un poder sobre la mujer similar a la patria potestad, así como el matrimonio “sine manu”, en el que el poder permanecía con el padre de la novia.

En España, fue la doctrina cristiana la que convirtió el matrimonio en sacramento e institución divina.